jueves, 16 de agosto de 2007

CARTA A MI DIABETES

Quisiera poder empezar con el clásico
“querida diabetes” pero, a decir verdad,
ni por cortesía me apetece.
He de reconocer que para mí no tienes
nada de querida, y lo siento, porque me
resulta difícil convivir con alguien a quien
no quiero, con alguien que ha entrado en
mi vida y me ha cambiado todas las
“cosas” de sitio.
Cuando supe que ibas a instalar tus
bártulos en mi cuerpo, la verdad, fue bastante
duro. Es cierto que de las enfermedades
posibles, eres de las menos dolorosas
y menos limitantes, pero eso de
“CRÓNICO” se me antojaba a demasiado
largo plazo.
Estamos acostumbrados a tomar medidas
para curarnos. Si estoy acatarrado,
tomo jarabe; si se me rompe una pierna,
escayola y reposo; si un mal día tengo
apendicitis, me opero y punto. Pueden ser
115
procesos más o menos dolorosos, molestos,
angustiantes, largos, cortos, verdes,
negros o amarillos, pero al final, pasan.
Pero ¿qué me dices de ti? Mi endocrinólogo
me explicó que, desde ese mismo
instante hasta que se descubriera un
remedio, debía inyectarme insulina todos
los días, seguir unas pautas de vida razonables,
olvidarme de los dulces o si no...
Pensé, “o sea que lo mío no tiene solución”.
Es duro cambiar tus hábitos cuando
sabes que no lo haces para curarte, sino
para no empeorar. Hace que uno se enfade
con su mala suerte, y por supuesto
muchas veces lo paga con el que tiene más
cerca.
Soy un hombre razonable y luchador
(creo) y al final terminé por aceptarla (mi
nueva responsabilidad, que no a ti).
También pensé: “Esto es una batalla y no
me voy a dejar intimidar”. Pero, como
todas las batallas, exigen mucho esfuerzo
por parte de los contendientes y eso
acaba por agotar.
Uno empieza muy animoso diciendo:
“Te vas a fastidiar pero yo voy a ser más
fuerte que tú”. No caí en la cuenta de que
“tú eras para siempre” y que por lo tanto
no había manera de vencerte, de que
tenía la batalla perdida desde el mismo
116
instante en que la declaré. Y cuando uno
es consciente de que, haga lo que haga,
nunca puede acabar con el enemigo, se
sienta y espera (por supuesto, comiendo
pasteles y no perdices).
Pero, gracias a Dios, al final caí en la
cuenta de que estaba equivocándolo todo.
No eras mi enemiga, sino, tan sólo alguien
a quien no quería. No tenía que vencerte,
sino hacer que interfirieras lo menos
posible en mi felicidad. Entonces fue
cuando pensé en escribirte esta carta,
con ella sólo quiero firmar un armisticio.
También quería decirte que no eres
bien venida, pero como no me queda otro
remedio que soportarte cerca, muy cerca,
espero que me respetes lo mismo que yo.
Ahora me voy a almorzar (que ya tengo
la hora).



Sin más. Adiós.


IÑAKI LORENTE

Dos semanas con ella y ya la odio con todas mis fuerzas.

3 Comments:

Aguayo said...

Una jodienda, si señorita....

Pero rendirse no es la solución, ni agachar la cabeza tampoco.. No te lo voy a permitir...

Aguayo said...

Ademas.... me has prometido q ibas a ser feliz, y no me gusta la gente q rompe sus promesas...

PD: Que conste, que mis eroticos labios no han vuelto a rozar el dorado líquido que se consigue al fermentar la cebada...

Aguayo said...

La primera NO y la segunda MENOS TODAVIA. Eres muy wapa y las fotos están muy bien... Por cierto, devuelveme mis fotos, que esas si q no le gustan ni a Puskas, y por lo que se... están enmarcadas...